Mi recuerdo del profesor Rubén Castillo (el que suscribe fue alumno suyo en los años 90) es entrando a clase maletín en mano y, como seña inequívoca de identidad: vistiendo un chaleco.
Lo primero que hacía era abrir la ventana más próxima a la mesa del profesor. Daba igual que estuviéramos en enero o que fueran las seis de la tarde. Era un ritual que se repetía casi sistemáticamente.
+ ¿Sigue portando maletín? ¿Qué guarda en él?
++ No, jajaja. Hace tiempo que lo descarté. Ahora prefiero llevar una pequeña bolsa con libros. Las pizarras digitales han simplificado mucho el proceso de “transporte” de materiales a clase: ahora puedes estar perfectamente equipado para todas las aulas llevando un simple pendrive en el bolsillo.
+ Recuerdo que una vez en clase, nos comentaba la sensación de coger, abrir, tocar un libro… el olor del papel, el tacto de las hojas…. Sentidos que van más allá de la simple lectura. ¿Qué opinión le suscitan los nuevos ebooks? ¿Ha perdido la Literatura con dichos aparatos?
++ Sigo conservando ese gusto por el papel, por los libros, por el tacto y el olor de las hojas. Piensa que soy sobrino de bibliotecaria y que la mitad de mi infancia transcurrió entre libros. No es fácil desprenderse de algo así. Tengo un ebook, pero reconozco que no lo he usado jamás. No por desdén a las nuevas tecnologías, que me parecen útiles, sino porque no experimento placer alguno pasando los deditos por una pantalla o pulsando botones. Mi móvil sigue sin ser de pantalla táctil, con eso te lo digo todo.
+ Dígame un libro que le marcase en su infancia o adolescencia.
++ En mi infancia, sin duda, El principito. Me lo recomendó mi tía Esperanza y lo leí infinidad de veces. En mi juventud, sobre todo, Rayuela, de Julio Cortázar. Un poquito más adelante, el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Quizá sean los tres libros de mi vida, hasta ahora.
+ Son muchos años como profesor de Literatura y muchos alumnos a los que ha conocido. ¿Todos tenemos un escritor dentro o para escribir hay que valer?
++ No creo que todos tengamos un escritor dentro, francamente. Me resulta muy curioso que se piense algo así. Si alguien asegurara que todos tenemos dentro un músico sinfónico o un ingeniero industrial nos partiríamos de risa. ¿Por qué hemos de creer que sí que tenemos un escritor o un pintor? ¿Porque las palabras y los colores están al alcance de todos? No, no creo que sea así. Las personas que terminan siendo escritoras (escritoras de verdad) es porque han atravesado un período de aprendizaje, de lecturas, de tanteo y error, de fracasos parciales o absolutos. Y no todo el mundo tiene la paciencia ni el coraje de afrontar ese tiempo de sombra. Cualquiera puede escribir, pero Borges no hay tantos; cualquiera puede pintar, pero los Velázquez escasean.
+ Su nuevo libro, El globo de Hitler (publicado por Isla del Náufrago), tiene como inicio un hecho real: la subasta en el año 2007 del globo terráqueo que utilizaba el dictador. Cuando pensamos en ese globo nos viene a la memoria la mítica escena de El Gran Dictador de Chaplin. ¿En qué fuentes se ha basado para enlazar su historia, con tantas tramas y personajes reales?
++ La historia surgió leyendo una pequeña nota en la prensa donde se informaba de esa subasta. Y casi de inmediato me vino a la mente una pregunta: ¿Y si Hitler hubiera dejado en ese globo algún mensaje? Antes de ponerme con la trama dudé seriamente, porque la confección de esa novela me obligaba a leer muchísimo sobre el nazismo y sobre sus nauseabundos dirigentes. Pero me decidí. Durante dos años leí miles de páginas, vi centenares de vídeos y consulté docenas de fuentes sobre aquel período histórico. Fue un trabajo arduo, muy fatigoso, pero del que me siento feliz.
+ En su novela, Hitler deja escondida su última voluntad en el globo. Supongamos que tuvo un momento de lucidez en su último minuto de vida. ¿Cuál cree usted que sería la última voluntad del máximo dirigente nazi?
++ No creo que Hitler tuviera más voluntad que asegurarse la continuación de su obra. Estamos hablando de alguien que soñaba con un imperio que durase siglos y que terminara por dominar el mundo. Era su sueño, tan disparatado como megalómano. ¿Qué otra cosa podía desear?
+ En El globo de Hitler, podemos leer la siguiente frase: “Juzgar es un privilegio que no debería estar al alcance de los seres humanos”. Una pregunta profunda: ¿el hombre está hecho para perdonar o para impartir justicia?
++ La verdad es que al ser humano no se le ha dado nunca demasiado bien eso de perdonar. Tenemos demasiada memoria. Hay un relato que me gusta mucho, de Cristina Peri Rossi, donde habla de la felicidad que embarga a los amnésicos, porque pueden ser felices inocentemente, y disfrutar del amor siempre como el primer día. Es hermoso… pero no es real. Y tampoco estoy muy convencido de que seamos capaces de impartir justicia. Mi padre, que era abogado vocacional e idealista, terminó en sus últimos años repitiendo que no había justicia, sino abogados. Si las cosas funcionaran como debieran, tal vez lo idóneo sería una mezcla entre impartir justicia (castigar al malvado) y perdonar (no guardarle rencor). En todo caso, ante fenómenos como el nazismo, la sola utilización de la palabra “perdonar” se me antoja inviable.
+ Para ser docente ¿hay que tener vocación o es solo un trabajo? ¿En qué momentos se ha sentido realmente reconocido en su labor como profesor?
++ Para muchas personas es solamente un trabajo y se les reconoce en seguida. Son aquellos profesores de literatura que no leen constantemente, aquellos profesores de plástica que no visitan museos con asiduidad, aquellos profesores de música que no escuchan a Vetusta Morla y se quedaron en Beethoven, etc. Es decir, quienes repiten páginas amarillas, no se preocupan de lo nuevo y viven de repetir, repetir y repetir lo mismo, como discos rayados… Decía Borges que él se enorgullecía de los libros que le había sido dado leer. Yo me enorgullezco de los alumnos y alumnas que, pasado el tiempo, me dicen: “Leo porque tú me hiciste amar los libros”. Esas palabras son de oro. Ese sueldo no me lo recortarán jamás los políticos de turno.
+ ¿Usted es de los que lleva varios libros “en danza”, o de los que prefiere leer uno detrás del otro?
++ Suelo llevar dos o tres al mismo tiempo, porque la temperatura de los libros, y su temática, y su densidad, son variables. No se mezclan en la cabeza. Cada uno establece su propio territorio y puedo seguirlos independientemente. Eso sí, me resulta más fácil cuando pertenecen a géneros distintos.
+ Es crítico literario y también tengo entendido que le gusta la cerveza bien fría… ¿qué le duele más: una caña mal tirada o un relato mal escrito?
++ Sin duda, un relato mal escrito, porque la caña mal tirada o calentuja sólo te molesta un poco en la boca, pero el relato te roba parte de tu tiempo. Y el tiempo es la única riqueza que no podemos recuperar. Sentir que el novelista X o la ensayista Z te han “quitado” una tarde y no te han dado nada a cambio (cultura, placer lector, etc) es angustioso.
+ Como profesor en el sistema público de enseñanza, tendrá una opinión sobre los recortes en educación. Aunque sea “groso modo”, ¿la podemos conocer?
++ Por supuesto que sí: me parecen tan graves como los recortes en sanidad o en investigación. ¿A dónde se supone que nos conduce un sistema en el que el dinero público se invierte en abastecer de coches oficiales, pensiones vitalicias abusivas y vida de príncipes a unos políticos y banqueros que se protegen entre sí para no perder sus privilegios? Si toda esa cúpula tiene a sus hijos educándose en centros privados y extranjeros (como ocurre), es lógico que el estado de la educación pública les importe un pimiento. Pero no es situación que se pueda sostener mucho más tiempo. Bastante moderada está siendo la reacción de la ciudadanía frente a estos desmanes. Por ahora.
+ Según cuentan, el poeta cubano José Martí, dijo que: “Un hombre, para ser completo, ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”. ¿Ha plantado algún árbol ya? ¿Tiene algún objetivo (por pequeño que sea) que le gustaría cumplir próximamente?
++ Planté no uno sino varios árboles. El colegio donde estudiaba nos llevó a un monte de las afueras y nos puso a todos a plantar árboles para repoblar. Fue una mañana de sol tremenda, lo recuerdo bien. Tengo también hijos (tres) y he publicado libros (trece). José Martí estaría orgulloso de mí, jajaja. ¿Que si me queda algún objetivo por cumplir? Me quedan millones de objetivos, personales y colectivos. De lo contrario, qué tristeza. Quisiera publicar más libros, educar a mis hijos de un modo sensato, hacer feliz a mi mujer hasta el último minuto de mi vida, enseñar a quien quiera aprender algo, prestar mi voz a quienes la puedan necesitar para algo justo… Millones de objetivos, sí. La persona que no tenga objetivos todas las mañanas, al levantarse, vivirá siempre triste.
Rubén Castillo Gallego (Blanca, 1966). Es Licenciado en Filología Hispánica, profesor de Lengua y Literatura, crítico literario, articulista en prensa, presentador radiofónico y escritor.
Ha obtenido diversos galardones, entre ellos el Premio Gabriel Sijé (1989) y el Ateneo de Valladolid (1991).
Tiene publicados entre otros los siguientes libros: Reina María (1990), La mujer de la mecedora (1992), Imágenes prohibidas de la Biblia (1997), Las grietas del infierno (2002), Palabras en el tiempo (2002), Verdades parciales (2003), La voz de los otros (2006), Hegel en el tranvía (2008), Ventanas de papel (2010) y El Globo de Hitler (2013)