Hubo un tiempo en que la plaza de Santa Catalina, estaba considerada como la plaza principal de la ciudad. En este lugar se reunían los jueces del agua, se celebraban los autos de fe y allí se encontraba el legendario reloj que daba el toque de queda.
Este reloj condicionaba la vida y el trabajo de los habitantes de Murcia, tanto para los que salían a trabajar fuera de la muralla, a la huerta; como para los que trabajaban dentro, que solían ser comerciantes, artesanos y funcionarios del Contraste, el Pósito o el Concejo. En Santa Catalina se encontraba el famoso y desaparecido edificio del Contraste, que tantos servicios ha dado a la ciudad de Murcia.
La plaza también contaba con unos porches donde ofrecían los vendedores ambulantes sus productos. Estos porches no eran utilizados solo por los comerciantes; al caer la noche algunos jóvenes (y no tan jóvenes…) aprovechaban la nocturnidad para realizar sus escarceos. Esto no gustó nada al párroco de Santa Catalina que no cesó en su empeño de derribarlos, ya que bajo ellos se producían “escándalos y pecados”. Los porches fueron derribados a mediados del siglo XVIII.
Lo cierto es que Murcia creció tanto en población como en extensión, y la Plaza Santa de Catalina se quedó pequeña para acoger tanto acontecimiento. Así pues, poco a poco fue abandonando su estatus de Plaza Mayor.