Una de las pruebas más duras y terribles que ha sufrido la Región de Murcia, a lo largo de los siglos, ha sido la conocida epidemia de peste de 1648. Llamada por su origen: “Peste Valenciana”.
Las guerras y hambre en suelo europeo iniciaron la enfermedad. Desde el año 1645 se sabía que el peligro estaba cerca, ya que Tetuán estaba infectado. Por este motivo, en Cartagena se nombraron comisarios de salud para vigilar los barcos que allí hacían escala.
El 20 de octubre de 1647, en Murcia se conoció la noticia de que la peste se había declarado en Valencia. Cartagena cerró las puertas de la ciudad y tapió algunas calles. Los vecinos del barrio-arrabal de San Diego, entraron y se instalaron intramuros de la ciudad portuaria.
Con el comercio parado, el fantasma del hambre apareció. Las ciudades y caminos dejaron de ser seguros, aumentó el bandolerismo y el vagabundeo.
El 1 de febrero llegó la noticia de que la peste había llegado a Orihuela. Tras mandar una delegación médica a dicha ciudad y confirmar el brote, en Murcia se cierran todas las puertas de la muralla y se extrema la vigilancia.
El pánico se apoderaba de la ciudad, la población empezó a ver en esta epidemia como un “castigo divino”. Se llegó a celebrar una misa de rogativa en lo más alto de la inacabada torre de la Catedral, ante las mismas reliquias descubiertas de los santos cartageneros San Fulgencio y Santa Florentina. La peste era la manifestación de la “cólera de Dios”. Un clima de fanatismo religioso se instaló en la población, que asistía a los actos religiosos en masa. Las prostitutas fueron perseguidas.
La situación se volvió insostenible: a los enfermos no se les dejaba acercarse a las fuentes públicas, los refugiados eran recibidos a tiros, el comercio quedó totalmente prohibido…
En el mes de abril, ya era un hecho la caída en manos de la peste de Lorca, Alhama, Totana y Cartagena. Los ricos huyeron de Murcia hacia sus fincas en el campo, la ciudad quedó prácticamente despoblada. Una gran parte del Cabildo Catedralicio salió para Albacete, a tierras más seguras. No fue el caso del Obispo de la Diócesis Don Juan Vélez de Valdivieso, quien no consintió en abandonar a los murcianos en tan difícil situación y murió contagiado por la enfermedad. También aguantaron en Murcia, la mayoría de los regidores de la ciudad.
Se colocaron distintivos a los sospechosos de estar apestados, se enterraba en fosas comunes con la mayor celeridad, las estructuras sociales se rompieron, el gobierno de la ciudad se volvió autoritario.
Tampoco se sabía con exactitud cómo se contagiaba la enfermedad, lo que dio pie a numerosas barbaridades en el plano sanitario y médico.
Cuando la epidemia empezó a remitir, se organizaron más actos religiosos para dar gracias al cielo. Incluso se quemó el carretón que portaba los cadáveres como símbolo. La población quedó diezmada. En Mula se calcula que murió el 61% de la población. En total se estima que perecieron, según algunos autores, 24 mil murcianos.
Fuentes:
La Región de Murcia y su Historia. Francisco Flores Arroyuelo.
La Diócesis de Cartagena y la Aventura de América. Francisco Candel Crespo.