Una cosa es el arte y la creatividad urbana, y otra muy distinta el vandalismo. Los cientos de pintadas y firmas que inundan la ciudad y sus monumentos son vandalismo que no vale ni sirve para nada.
La Catedral, sus soportales y el Palacio Episcopal (entre otros…) son víctimas de estos atentados antiestéticos contra el patrimonio.
La Diócesis ha tenido que pedir los servicios de una empresa lorquina para limpiar dichas pintadas, concretamente iniciarán los trabajos en La Glorieta, para restaurar la fachada rococó del Palacio Episcopal.
Las labores de limpieza son complicadas, ya que sanear sillares de piedra centenarios que pueden estar recubiertos por estuco, conllevan un trabajo más que minucioso. Los productos que se utilizan para dejar la piedra en su estado original van desde el empleo de disolventes a chorros de arena o agua que pulen los sillares. Si es de mármol o granito, se aplica un producto químico decapante.
Los grafiteros son artistas urbanos que se expresan en lugares propicios, nunca atacarían otros monumentos artísticos; esto iría en contra de su propia idiosincrasia. Estos que van pintando y firmando sin orden ni concierto están muy lejos de representar algún movimiento artístico.