La escena se desarrolla en la murciana escalinata de la iglesia de San Bartolomé.
Dos mendigos discuten por el “puesto de trabajo” y por dilucidar cuál de los dos sufre más hambre. La conversación sube de tono, casi hasta el punto de sacar a paseo las navajas.
No es algo que ocurriera ayer… o tal vez sí… La situación en concreto a la que me refiero, acaeció allá por los años setenta del siglo XIX y los susodichos en cuestión se hacen llamar «Rengo» y «Topo».
El recuerdo de las penurias hace que la situación se relaje. Malos tiempos para la ciudad y los campos de Murcia: el río Segura ha bajado con fuerza y la riada ha asolado la huerta. El cieno cubre los bancales y la desesperación empuja a cientos de huertanos a la ciudad, en busca de una limosna.
“Busca un sitio en cuatro esquinas que es lugar rico en paseantes” le espeta uno al otro. En la antigua Murcia, y hasta hace no tantos años, el río era quien mandaba y los murcianos le obedecían. Ese río que se come las tierras, el sudor y las barracas. El Segura, que da la riqueza a los cultivos cuando le place, es también el que reparte hambre cuando se irrita.
Puede ser “manso” o “hijoputa”… ¿Y nosotros los murcianos?, ¿somos mansos o hijosputas? Hombre, pues depende de cómo baje el río… creo yo.
Fuente: Cantón de Fernando Martín Iniesta.
Foto: el azud de la Contraparada se utilizaba para «frenar» las aguas del Segura, antes de su entrada en la ciudad de Murcia.