En el Archivo Histórico Provincial de Álava, se está celebrando durante estos días una exposición titulada: “Verdaderamente Falso”. En ella se muestran varias piezas falsas, algunas de las más famosas del mundo. Hay monedas, billetes, documentos, obras de arte y restos arqueológicos.
Sé que nos pilla un poquito lejos para visitarla. Pero me ha hecho gracia que en esta expo se rinda un pequeño “homenaje” a 2 de los considerados, mejores falsificadores de la historia. Los totaneros: “El Corro” y “El Rosao”.
Esta es parte de su historia. A principios del siglo XX, la arqueología española daba sus primeros pasos. Se estaban descubriendo muchos yacimientos y piezas, que por primera vez se empezaban a estudiar. La gente corriente veía con verdadero asombro, como esas vasijas, vasos, cuencos y demás utensilios, que simplemente salían al labrar las tierras; eran compradas a los mismos hortelanos, a muy buen precio, por museos de todo el mundo.
Pues aquí estaba el negocio. Nuestros amigos: Francisco Serrano Cutillas “el Corro” y Bernardo Marín Díaz “el Rosao”; dos gitanos alfareros naturales de Totana, se pusieron manos a la obra. El modus operandi era el siguiente: cuando aparecía un yacimiento arqueológico, los falsarios se preocupaban de ver que piezas cerámicas sacaban los arqueólogos, luego las copiaban y decían que se las habían encontrado por allí cerca. Otra forma era introduciendo piezas falsas en yacimientos verdaderos, si pasaba el tiempo y los científicos no se daban cuenta del timo, se sacaban de la manga más piezas parecidas para vendérselas.
Estos granujas se dedicaban también al expolio. Y así lo hicieron en uno de los mejores yacimientos de la Edad del Bronce en nuestra Región: La Bastida de Totana. La Bastida fue descubierta en 1869 y por 1890 fue cuando “el Corro” y “el Rosao” destrozaron parte del yacimiento y vendieron los materiales expoliados (*).
Según cuentan los entendidos, “el Corro” y “el Rosao” copiaban muy bien y lograron engañar a muchos expertos, entre ellos al Museo Británico y el Louvre. Empezaron fabricando cerámica ibérica y argárica y les fue muy bien. Pero llegó a sus oídos que en Elche había aparecido un busto en piedra al que llamaban “Dama”. Y según contaban, un museo de París, había pagado una barbaridad por ella. Así que no se lo pensaron y se pasaron a la piedra. Al principio no les fue mal, pero amigos, la avaricia rompe el saco. La piedra era más difícil de modelar, se les fue la mano y de copiar pasaron a innovar. Comenzaron a sacar formas no documentadas y los expertos se dieron cuenta del fiasco. Incluso se equivocaron y empezaron a incorporar elementos precolombinos a sus figuras, cosa que fue el colmo y terminó con su negocio.
Pero lo cierto es que estos dos se tiraron 20 años timando y confundiendo a los expertos arqueólogos de su tiempo. Hay un museo en Berlín donde ponen como ejemplo de “picaresca” la historia de “el Corro” y “el Rosao”.
(*) Breve Historia de la Región de Murcia. Juan González Castaño
Para envejecer las piezas que moldeaban: las metían en arena, las rebozaban en boñigas de caballo y las dejaban una semana en las playas de gravilla de Águilas, justo en la zona donde rompen las olas, para que tomasen ese aspecto viejo.
El párroco de Totana, viendo el interés que tenían “El Corro” y “El Rosao” en la cerámica, les regaló un libro donde aparecían ilustraciones de vasijas precolombinas aztecas.
No se les ocurrió otra cosa, que copiar los adornos precolombinos, en las falsificaciones de cerámica de La Bastida. Y así se descubrió el pastel.